¿Querés ser mi novia? te suspiré después de un recreo y nunca más fui tan sincero como aquella vez. Solíamos abrazarnos de las manos y escondernos en galpones grandes solo para escapar de curiosos y probar nuestros primeros besos. Todavía alcanzo a entrometerme en aquel perfume de tus rulos ilegibles y explorar tu sonrisa que dejaban tus dientes de leche, fusionado con tus pecas que nunca terminaba de contar. Mientras todos bailaban lento a una distancia cautelosa para aquella edad, vos me abrazabas porque nos prometíamos no dejarlo de hacerlo jamás.
Y con el sin pensar de las consecuencias de un juego peligroso, jugamos a las escondidas. Esa tarde desconozco si fue por culpa de mi nefasta calidad de buscarte o tu excelente capacidad de confundirme, que no te pude encontrar nunca más. Busqué detrás de cada árbol, debajo de cada auto; dentro de un poema muerto y arriba de una nube. Le pregunté al recuerdo y a la nostalgia; consulté al amor y a la locura que caminaban de la mano por aquel parque, pero ninguno supo contestarme ni darme tu huella. Fue allí mismo que me entregué a tu melancolía y a un gélido mapa que nunca entendí. Me di por muerto aquella tarde y prometí no jugar más, nunca más.
Pasaron los días, los años, las hojas, los jazmines, los poemas, los besos, la melancolía y un día, en un colectivo que siempre llegaba tarde, te encontré. Sonreíste. Tus dientes ya no eran de leche, tus rulos ya no eran rulos, tus pecas seguían siendo incontables.
Invocamos viejas fotos, inmortalizamos cada beso, acariciamos estar juntos y fundimos el tiempo, el mismo que perdimos en desearnos. Volvimos a bailar lento las mismas canciones y yacíamos bajo sábanas si poder despegarnos como nunca nos había pasado.
Sin embargo, siempre hay un día en que a las cenicientas les llega su medianoche. Desde aquel día que pareció ser perfecto, llegó el desencuentro de un amor inocente. Cada vez que nos vemos nos enamoramos, pero siempre con diferentes relojes, siempre rodeados de otras personas, siempre en diferentes lugares, con otros tiempos y diferentes distancias. Que cruel e hipócrita realidad las que nos guía, si el propósito es querer estar juntos. ¿Acaso eso es la felicidad que buscamos? ¿Suponer la ilusión del qué hubiéramos sido?
Y con el sin pensar de las consecuencias de un juego peligroso, jugamos a las escondidas. Esa tarde desconozco si fue por culpa de mi nefasta calidad de buscarte o tu excelente capacidad de confundirme, que no te pude encontrar nunca más. Busqué detrás de cada árbol, debajo de cada auto; dentro de un poema muerto y arriba de una nube. Le pregunté al recuerdo y a la nostalgia; consulté al amor y a la locura que caminaban de la mano por aquel parque, pero ninguno supo contestarme ni darme tu huella. Fue allí mismo que me entregué a tu melancolía y a un gélido mapa que nunca entendí. Me di por muerto aquella tarde y prometí no jugar más, nunca más.
Pasaron los días, los años, las hojas, los jazmines, los poemas, los besos, la melancolía y un día, en un colectivo que siempre llegaba tarde, te encontré. Sonreíste. Tus dientes ya no eran de leche, tus rulos ya no eran rulos, tus pecas seguían siendo incontables.
Invocamos viejas fotos, inmortalizamos cada beso, acariciamos estar juntos y fundimos el tiempo, el mismo que perdimos en desearnos. Volvimos a bailar lento las mismas canciones y yacíamos bajo sábanas si poder despegarnos como nunca nos había pasado.
Sin embargo, siempre hay un día en que a las cenicientas les llega su medianoche. Desde aquel día que pareció ser perfecto, llegó el desencuentro de un amor inocente. Cada vez que nos vemos nos enamoramos, pero siempre con diferentes relojes, siempre rodeados de otras personas, siempre en diferentes lugares, con otros tiempos y diferentes distancias. Que cruel e hipócrita realidad las que nos guía, si el propósito es querer estar juntos. ¿Acaso eso es la felicidad que buscamos? ¿Suponer la ilusión del qué hubiéramos sido?
Ahora miro el reloj y marca las 12...