sábado, noviembre 11, 2006

Tanti Auguri a te

Esa dirección que jamás quise saber, con la inútil convicción de preservarme.
Y ésta maldita globalización que ni siquiera sirve para encontrarte cuando decido buscarte, cómplice absoluta de lo tan cobarde que fui cada vez que vos me lo pediste.
Pero no nos pongamos locos, ni miremos para otro lado que éste “Feliz Cumpleaños” es la absurda excusa que busco para no sentirte (elegidamente) lejos o para no sentir la mochilita de la culpa todos los días firme en mi espejo, mirándome, odiándome, consolándome, lastimándome. Y vos con tu magia de inocente (de nadie me ha lastimado aún y seria incapaz de lastimarte), que me convence una y otra vez que haber llegado en ese ( y ningún otro ) momento fue tan acertado como irte cuando empezaba con esa rutina de indecisiones, esa colección de “no sé”, esa catarata de inseguridades que sólo vos podías/sabías hacerlas girar en 360º y trasformarlas en un cachetazo de dolor necesario; para que todo vuelva al remanso de tus abrazos, esos que elegí y elijo cada vez que sin miedos, sin dudas, sin la estupida teoría del orgullito barato, volves incansablemente a convencerme de lo mismo. Esa protección a tu-mi niña caprichosa y mi abuso de repetirlo hasta el hartazgo sabiendo que nada podría ser más perfecto que necesitarnos sin una jodida excusa.
Esa bendición de lo simple que simplemente te hace único, esas veces que no te subiste a mi tren porque supiste entender que era mío y todo mío y lo hiciste frenar en la estación siguiente para bajarme con el más tierno entendimiento de que lo complicado es extremadamente perverso para dos personas que como vos y yo, no entienden de razones.
No sé cuando es tu cumpleaños y que poco me importa, solo necesitaba sentirte cerca y que sepas que tu ausencia está ahí, recordándome que me faltas y que decididamente te estoy extrañando de la manera que menos me gusta.
Donde quieras que estés.... que los Cumplas feliz.
Mi casa, 18 de Septiembre
By Gabio

domingo, noviembre 05, 2006

Ojos de Avellaneda

El alma flotará como una pluma y escribirá en el cielo sus memorias.

Él era solo un grano de arena entre las colosales avenidas y largos ríos de cemento. Como un tímido ciego dentro de un laberinto caluroso, se lanza hacia las entrañas de los Malos Aires en busca de aquellos ojos de Avellaneda.

El ajetreado destino de este hombre (según ella su definición aparenta ser plagiada) mete la pata y lo escupe en los árboles de hormigón con parada en Plaza Italia.

Cansado de mirar la brújula de su instinto, este vagabundo patea senderos que van más allá que el mismo horizonte. Sin embargo, aterriza en aquella esquina, la cual un rebelde mexicano montó su nombre en un letrero con el afán de ser inalcanzable.

Aquel cigarrillo que olvida caer su esqueleto sobre el piso, se apaga en un incienso extraño, huella de nervios e incertidumbre. Y frente a un viejo portal de madera donde las fantasías pertenecen a la televisión, se hospedan aquellos ojos que nunca lo habían visto. Él anuncia su nombre y el zarpazo inicial acerca un silencio incierto.

Avellaneda no queda lejos del cielo. Aquel varón mutiló su locura viajante y levantó suavemente su comisura en busca de algún ángel que le diera la razón. Ella le regaló un abrazo que no tenía porqué, mientras él justifica el valor de la peregrinación sin cruzar palabra aún.

El agua de su bella generosidad apaga los pies del soberano hombre, sin embargo él intenta disimularlo con decadentes bromas acerca de su travesía. Ambos quisieron largar al aire al no saber por donde empezar, trayendo consigo risas y el desconcierto de no saber porqué cada uno estaba mirándose entre sí.

Luego un humo espeso trae consigo el veneno de un pasado sin encantos, que maquillan el espíritu de un alma en llanto que tiene demasiadas fuerzas para seguir. Sin embargo, ella todavía no se dio cuenta.

En la fábula del reloj de arena, cuanta que sus dorados minutos caen sin temor a marearse, sabiendo que falta poco para dar vuelta nuevamente el tiempo y empezar a contar otra vez.

De repente el día cierra sus ojos y un beso graba un hasta luego. Aquel viejo portal de madera se cierra tras su espalda y lo arroja hasta el 159, quien lo recuesta camino a casa.

Mientras tanto, la imaginación, diosa de sueños y fantasías utópicas, compone una melodía para ese hombre mientras escribe estas líneas, con la única motivación de ver sonreír una vez más, a esos ojos de Avellaneda.

sábado, septiembre 23, 2006

10.11.2001

¿Qué hago acá entre ellas dos? No pará, no te pienses que estoy tirado en la cama con dos minas a punto de cumplir el incuestionable sueño de un púber. Sin embargo, hay algo en común que tiene ese sueño, con lo que me van a enseñar ellas dos: va a ser mi primera vez.

Varias sedas se esparcen sobre el llano espacio de la mesa de algarrobo, esperando a ser quemados por aquellas calaveras de besos diabólicos. Los catadores balbucean sobre un mediocre Ombú, y al toque desenfundan un papel de buena calaña, que arrugan meticulosamente con sus uñas pintadas. Toman de un ataúd oculto (para que mamá no lo encuentre), la hierba que respiran los vivos y mueren los muertos por suspirarla una última vez.

Impacientan al tiempo rajando con una guillotina, el baguyo que agonizará sus melancolías y sacará a relucir el encanto de una noche sin testigos. El bendito fuego se excita en aquel mechero rojo y alza sus manos para chamuscar la punta del ansiado caramelo. Inhalación intensa la que hace penar sus cogotes de tan sagrada bocanada, que resisten hasta donde pueda tirar el aguante de cada uno de los tres.

Se escucha el segundero del faso en cada beso húmedo que dejan en el papel, entretanto el atrayente tufo tienta a Bob Marley en la radio de aquel lugar y se une a la ronda.

Se desviste una cerveza a mitad de camino, pero muere ni bien el tuerto quiso pestañar. Se miran las caras al espejo y se ríen de los ojos del novato, que sonrojados se quejan de quemarse los dedos con el último gajo. Acaban el primero y ladran uno más.

Con las persianas entreabiertas, y las milagrosas gotas en el bolsillo, zarpan con destino a ningún lugar, deseando volver a perderse en la bruma de aquel sahumerio que tumbó de una bofetada a la cordura de aquel fatigado aprendiz.

Exposición Erótica Nº 1

Conozco relatos posibles, pero ninguno que se haya escrito con la intención de provocar el regocijo vicioso de los posibles lectores. ¿Cuál es el límite del placer, en que podamos detener el tiempo y redescubrirnos como animales?

Violento batir de la sangre en su sien, en su osadía, en sus testículos desbordados de cuajo argentino. Aquel imberbe prepucio quiso internarse por vez primera en la culpa, al ver aquellas putas que buscaban un vaivén perfecto, junto a un parque crepúsculo, (en el momento en que dos jóvenes acordaban, con un definitivo cruce de miradas en la distancia, encontrarse en el baño de un bar para abusar de una virginidad devaluada). Mientras tanto, él ni siquiera intentó flirtearla con ofrendas que desmentiría mañana; solo escupió la guita, y ella arrancó su útero con sus manos y se lo ofreció con placer.

No late el corazón ni escucha el ruido, que en las sendas de aquel parque, produce mis pisadas. Al final de la jornada la propia oscuridad será el olvido.

Él desenfundó las llaves de su santuario y curioseó detenidamente como introducía la llave en la cerradura y por poco acaba. La pendeja empezó a tentarlo con promesas excitantes y su primer pensamiento fue que mentía en cada oferta. Por su falda empezaron a hurgar los dedos mocosos de una mano ansiosa, que descubrió que no ofrecía ropa interior para desmantelar. Desgarró parte del hechizo de su vestido, y no supo si comerse con la vista lo ya descubierto, o ser asesino con lo que faltaba por desabrigar. El neófito cayó sobre el catre, que viejo y mezquino predicaba su queja, y ella atacó sobre él, imponente, asomándole su sonrisa caníbal que brillaba por la humedad, pero mucho más por esa fogosidad que provocaban sus dedos mineros.

En un negro silencio me he perdido, la noche envuelve mi camino, nada en la sombra recibe la mirada, solo el más leve jadeo llega al oído.

Entraron en pie de guerra. Su pulgar se empapó de curiosidad mientras tanteaba el horizonte al norte del clítoris, para hacer un reconocimiento del campo de batalla. Sus dedos estaban ensalivados, en grupos de a dos, para asaltar en cualquier momento el ardiente pubis. Los ojos de la puta viajaban con delicia, hasta que decidió atacar. Su lengua inundó su pecho, su ombligo y siguió bajando. Las armas de su boca se tragaron el mástil que llevaba su bandera y poco faltó para que el pibe presentara su sábana blanca de derrota.

Le gustó el sabor a mar de su pija, y en la escarcha de los negros rizos, como una mullida alfombra, ella dejó descansar su agitada cabeza borracha de recuerdos extraviados.

Un perro viejo me confesó que la guerra no termina

hasta que uno no acaba en el suelo.

Contraataque. Comulgó con su lengua anónima y, de incógnito, su mano viajó una y otra vez por su culo, hasta agarrar su cadera y obligarla a moverla al balanceo de su brazo, mientras otra garra cómplice, se afianzó con toda su grandeza a la otra mitad de su trasero. Poco a poco se fueron inyectando. Ella sentía como el cuerpo del pendejo rozaba su espalda, pero no le dio tregua y arremetió aún mas contra él, para sentir toda su pija por detrás. Contorneo sucio, pecado con malicia, de manera que enseguida sintió la carne crecer como ella quería. Su vagina se contraía levemente con pequeños y jugosos espasmos.

Media vuelta obligada por el deseo. Sus manos exigentes buscaron ávidamente la sedienta serpiente, para penetrarla mientras era levantada con delicadeza. Él siente que está cediendo y se acerca la explosión apocalíptica que acabara con todos. Trató de imaginar como carajo eyacula un elefante para dominar el tiempo, pero se le abochornó el cuerpo, desde los muslos hasta el cuello. El éxtasis lo desafió a detenerse, pero supo que era imposible. Aparecieron entonces unas agitaciones que ahuyentaron su simiente que tanto había desatendido, en tres o cuatro derrames. Luego sus más íntimos jugos se confundían con colores de peces y fragancias de algas de aguas dulces y saladas.... La guerra terminó.

Limpió sus manos dos veces contra la cobija deshilachada de su cama, mientras ella sorbía cada gota de sudor que corría por la pendiente de su espalda, alimentándose finalmente de él. Restauró su estridente vestido y se marchó con su propina, dejando al deteriorado, pero satisfecho mancebo, como un ganador desarmado.

Como dijo Dios, cruzándose de piernas:

"Veo que he creado muchos poetas, pero no mucha poesía"

Tu virginidad es ignorante

Encendida con el alcohol no sabe controlar su belleza. Engatusa con sus hombros llenos de pecas y brazos irresistibles, un perfume travieso y caricias voraces. Seduce con promesas carnales y engaña con su realidad. La constante tentación carnal en sus palabras, muerde el lamento a pocos pasos de la cama. Esta dama de ojos castaños cree saber lo que es el amor, pero no tiene idea.

Aquella encantadora criatura sueña con dejar su pureza esparcida en el piso, junto con aquellas prendas desgarradas por aquel tironeo afrodisíaco que las vuelve locas. Esa misma tentación que no la deja dormir, la obliga a pedir consejos inútiles que no se comparan con la práctica. Su Venus todavía juega a los besos, por miedo a que sus ojos ya no puedan ver a su varón. Déjate caer en mis brazos que solo una cosa te susurraré: la mejor manera de librarte de la tentación, es caer en ella…

Catarsis a una ex novia

No me río de tu desgracia, pero tampoco te ofrezco mis condolencias. ¿Será que al fin uno tiene lo que se merece? Creíste que el mundo era tuyo, que no había nacido el muro que te plasmara en la realidad. Presumiste ser una reina invencible, que llegaba a creer objetivamente, que era invulnerable. Si remuevo en mi memoria, todavía puedo sentir aquella frialdad tuya, que me hacía sentir miserable… infeliz.

Te veía festiva en algún bar, exhibiendo tu centenar de “amigos”, expresándole al mundo que la sociedad te aceptaba, más de lo que nosotros creíamos. Quisiera saber si alguno de ellos, ofreció su hombro mientras arqueabas lágrimas de soledad. Ese llanto que nunca sentiste precipitarse a pedazos, sobre tus pómulos llenos de maquillaje.

Ojalá la moraleja no se desplome en el olvido de tu vanidad, que muchas veces oculta la derrota, con una sonrisa barnizada y meramente fingida.

Nunca volvió a verla

Volvió a llegar tarde a esa oportunidad que nunca le concedió. Ahora, su sombra le carcome la catrera y la noche desdibujada disimula sus lágrimas con frío y remordimiento.

Se quedó solo sin la nada, cuando todo ya lo había perdido. Aunque de a ratos se escuchaba el vacío, que se quejaba desde su colchón (aquel sufrido veterano de guerras), sin las sábanas sobre las que alguna vez describió caminos apasionados, coleccionó secretos imposibles y abrigó hogueras irrepetibles. Es cierto, mucho tiempo no le queda a su pobre catrera, se está fastidiando, perturbando su armonía, pensando que su estela de jazmín volverá algún día.

Su diabólica sombra lo devora en enfermedades fatales, confundiéndolo quizás, con algún irrespetuoso recuerdo, o tal vez, con algún clandestino “templo” amoroso.

La noche desdibujada por el misterio, emana infinitos matices apagados que acarician sus lágrimas, que oxidan sus labios en los cuales yacen los besos calcados que alguna vez robó. Esos bastardos colores extinguidos dan frío, ponen en evidencia la distancia inmortal entre él y otra oportunidad. Ese soldado de trinchera, le rezonga al diablo todas las ofrendas que le vendió (susurrando: “satisfacción garantizada o le devolvemos su conciencia”).

Suspiró demorando su alma. El silbido del agua que hervía, lo hizo volver a la realidad, esa realidad que ya no existe, como tampoco ese día, al que le guarda un favorito rencor. Él nunca volvió a verla.

Te digo mucho sin decir nada...

Desde pequeño tuvo el corazón frágil. Delicado a las miradas amables y a los gestos sugestivos. Débil al rechazo y a las despedidas. Aquel humilde escritor creía que el amor era solo una curiosidad y terminó dándose cuenta que era mucho más que eso.

Es que mientras destilaba en vano sus memorias en un añejo libro de páginas en blanco, una complaciente y delicada voz cautivó sus sentidos y con ellos, aquel frágil corazón que lo acompañaba. Ese mismo viejo hombre, desmintió a la curiosidad y se entregó por entero al paisaje de aquella sonrisa.

Sus inmaduras manos confesaban amores e historias. Su humilde inspiración contaba con las mas sinceras ilusiones de expresar el deseo profano de una noche perfecta. Conoció el amor en sus páginas, contaminó la primavera de aquellos ojos al mundo y a la dulce melodía de sus besos.

Sin embargo, una tarde deshojada por el triste sufrir de las caricias, el alma que le pertenecía, ilusión de eternidad...se marchó.

Fue simplemente así que dejó de empapar sus sentimientos en hojas de papel. Esas mismas hojas que ahora, mucho tiempo después, se hallaron en la presencia de la oscuridad buscando caminos que recorrer. Sus manos se refugiaron en la incertidumbre. Su humilde inspiración ya no dejaba retazos de dulce savia, ni ilusiones que despertasen frágiles melodías de primavera. Se confiscaron sueños y anhelos por las tristes noche en soledad. Pero ni siquiera eso se comparaba con la desolada sentencia de su frágil corazón, quien había decidido irse con ella.

Es así mi humilde lectora, que aquellas manos, mis manos, llenas de energía y asiduidad dejaron de escribir... hasta ahora.

Tal vez aquella quimérica pluma renació por la certeza de lo inexplicable, por la sorprendente pero cierta atracción de tus ojos, de tu sonrisa. Saber que todavía no atesoro tu figura, me dan muchas más ganas de abrazarte. La distancia no es mucha cuando leo tus líneas, porque imagino tu voz. Aquel pelo oscuro que supo entremezclarse entre mis dedos, disfrutó cada momento y todavía se relamen pidiéndote a gritos. A veces sueño demasiado para encontrarte. Pero lo importante es que siento nuevamente un galope en mi pecho y parece que ya no habla de fragilidad. Habla de paciencia e impaciencia. Habla de tranquilidad y espera... habla de vos.

Lo importante no es lo que nos hace el destino,

sino lo que nosotros hacemos de él.

La respuesta a una pregunta sin respuesta...

¿Qué es el destino? Es tal vez aquella mano invisible que conduce caminos intransitables sobre nubes de pólvora, hacia aquellos ojos anónimos que pregonan la compañía de los desventurados. Tal vez sea el pacto entre la casualidad y la causalidad, quienes se disputan la responsabilidad de cumplir con el horóscopo de todos los diarios. Quizá sea la alianza entre los años y el tiempo, que buscan enamorarse el uno del otro y lograr el instante perfecto. A lo mejor sea el sonido del viento que inclina y declina decisiones que tu boca y la mía, esconden en alguna vereda.

O probablemente sea aquella canción en el patio de la escuela que nunca logró que nuestras manos se besen por la vergüenza de que alguien nos vea. Tal vez haya demasiadas definiciones en vano para describir a una sola palabra. Palabra que se niega a ser evidente y anunciada. Tal vez haya aprendido, que el destino no puede ser definido por el azar o la fatalidad. Solo queda un espejismo. Solo queda la incertidumbre del qué será y del qué seremos.