Que encontrarse es muy hermoso.
Que el porqué de los niños tiene un porqué.
Que saber pedir no es regalarse.
Que cuesta ser sensible y no herirse.
Mario Benedetti
Mario Benedetti
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Celestino Francisco Corinaldesi. Todos lo conocían como El Petiso o como yo lo llamaba… el Campeón. Debo confesar que en mis 26 años de vida, mi abuelo es el primer familiar cercano que se me va. Es una sensación rara. El pensar que no lo voy a tener más físicamente me cuesta entenderlo. Lo extraño mucho.
Para quienes no lo conocen él fue carpintero, pintor, taxista, jardinero, marido, padre y abuelo. Atleta en su juventud, jugador de bochas en su vejez. Quien estuvo 5 minutos con él en alguna charla, sabe de todas sus proezas de jóven o sus juegos de campeonato de bochas en Plaza Matheu.
Cada acción que evoco de su persona trae consigo generosidad y desinterés. Una imagen paternal impecable que tuve la privilegio de disfrutar y una mano gastronómica envidiable. Siempre esperándome con el almuerzo y ese pedazo de queso duro después del colegio, las “vueltas manzana” con la bicicleta hasta Arana. Estoy seguro, aunque muchos dicen que es un cuento que me hizo, de que ahora soy alto por todas las veces que me insistía que me cuelgue de un caño que el mismo había puesto, 5 minutos todos los días para dejar de ser petiso. Las espadas de madera, las luchas libres sobre la lona del patio, las risas que me causaban sus gases a la mañana antes de ir al colegio. Cómo me reía! Y esas orejas que nunca supe como las movía solo para hacerme reír.
Tripero de nacimiento, puteaba todos los domingos sentado sobre el borde de su cama a una radio portátil que relataba a su club Gimnasia y Esgrima La Plata.
El viejo salió en el diario El Día de La Plata y hasta en la tele. Si, el viejo para coronar su carrera artística (si alguna vez la tuvo) salió en el programa de Alessandra la sexóloga por Cosmopolitan TV, en un especial de abuelos y nietos que tuve la suerte de compartir con él.
Se nos fue un día cualquiera. De esos que no se esperan o uno no se imagina. Al funeral fueron muchas personas. Amigos y familiares que hace mucho no veía. Pero durante todo el velorio sentí que faltaba algo. Me fui vacío. Solo estaban las indudables lágrimas de la gente que lo amaba y la admiración de los más jóvenes.
Sin embargo y luego de una breve plegaria de un cura allí presente, el lugar si inundó de un silencio como yo nunca lo había sentido antes. Solo veía a mi abuela sola junto al féretro. Dude en ir a abrazarla, acercarme a ella, darle un abrazo, no se. Sentí tal vez que eran sus últimos segundos cerca de él y preferí quedarme donde estaba. Y ahí apareció la acción que definitivamente faltaba para despedirlo: el aplauso. Agradezco a mi vieja enormemente que lo haya hecho, sin dudas era eso lo que faltaba. El aplauso de agradecimiento, de reconocimiento, de retribución, de gratitud… pero sobre todo de un “gracias”. Esas gracias que lo perpetúan enérgico sobre su devaluada bicicleta yendo a jugar a las bochas o haciendo el asado o ñoquis del domingo. Esas gracias por esa dedicación a sus hijas, yernos y nietos que lo hicieron único para nosotros y un ejemplo para todos aquellos que lo admiraban. El aplauso era lo que simbólicamente se merecía después de 88 años de una vida muy difícil pero sin dudas vividamente plena, que muchos quisieran llegar a tener.
Al Campeón, es así como yo lo llamaba en referencia a que era el único en la familia en ganar trofeos, vivió una vida digna y como todo campeón, dejo recuerdos imborrables y una gran admiración para todos los que disfrutamos de él y con él.