Cada vez que la luna muestra su cara a medias, alrededor de una mesa sin aristas se congrega un grupo de hombres que ponen como excusa rendirle culto a la mediocridad de la cebada fermentada y la irresponsable efervescencia azabache de una bebida digestiva, solo para hablar de obsesiones.
Éste grupo concentra cualitativas personalidades diferentes. Ninguno es parecido al que tiene a su derecha, ni tampoco al de su izquierda. Ni los de la derecha a los de enfrente y viceversa. Todos poseen vestigios particulares.
Uno habla con voz elevada, el otro contradice toda opinión. Unos tienen ojos verdes y otros ojos negros. Hay de pelo largo y de pelo corto. Unos tienen ropa de marca, otros simplemente de países limítrofes. Uno prefiere no fumar, el otro deja sus ojos en bancarrota ante la más mínima pitada.
Sin embargo, aquellos hombres sentados alrededor de una mesa sin aristas, se juntan a razonar el tema que más los desvela, que mas los hace felices, el que los hace llorar, a unos de risa a otros de tristeza: las mujeres.
Algunos de ellos sostienen que son los portavoces del demonio, otros sin embargo, prefieren enaltecerlas con belleza prodigiosa, un manto de piedad y adoración. Uno pregona el uso y explotación desinteresado de la especie, mientras otros no pueden despegarse del pasado.
Todos aquellos testimonios heterogéneos del rubro femíneo, lograron que estos hombres disímiles como sus pensamientos, vestimentas, color de ojos, volúmenes de voz y temperamentos, tuvieran algo en común. Ese algo que los consolidó como hombres y sobre todo como amigos. Sus almas se volvieron sensibles, tales como el cristal, como una hoja reseca de otoño o como una lágrima abatida.
Coinciden que el amor hacia una mujer es peligroso pero a la vez fascinante. Correr el riesgo tiene sus tropiezos, pero también certezas. La belleza tiene una espada bien filosa, de la cual puede correr sangre o pétalos de rosas.
Aquellos hombres reunidos en la mesa sin aristas, son hombres de almas sensibles. Y desde el momento que se volvieron sensibles, ya no hubo diferencias, no hubo contraste, ni derechas ni izquierdas.
Cada vez que la luna muestra su cara a medias, alrededor de una mesa sin aristas, puede haber una mujer amada o un hombre herido.
Éste grupo concentra cualitativas personalidades diferentes. Ninguno es parecido al que tiene a su derecha, ni tampoco al de su izquierda. Ni los de la derecha a los de enfrente y viceversa. Todos poseen vestigios particulares.
Uno habla con voz elevada, el otro contradice toda opinión. Unos tienen ojos verdes y otros ojos negros. Hay de pelo largo y de pelo corto. Unos tienen ropa de marca, otros simplemente de países limítrofes. Uno prefiere no fumar, el otro deja sus ojos en bancarrota ante la más mínima pitada.
Sin embargo, aquellos hombres sentados alrededor de una mesa sin aristas, se juntan a razonar el tema que más los desvela, que mas los hace felices, el que los hace llorar, a unos de risa a otros de tristeza: las mujeres.
Algunos de ellos sostienen que son los portavoces del demonio, otros sin embargo, prefieren enaltecerlas con belleza prodigiosa, un manto de piedad y adoración. Uno pregona el uso y explotación desinteresado de la especie, mientras otros no pueden despegarse del pasado.
Todos aquellos testimonios heterogéneos del rubro femíneo, lograron que estos hombres disímiles como sus pensamientos, vestimentas, color de ojos, volúmenes de voz y temperamentos, tuvieran algo en común. Ese algo que los consolidó como hombres y sobre todo como amigos. Sus almas se volvieron sensibles, tales como el cristal, como una hoja reseca de otoño o como una lágrima abatida.
Coinciden que el amor hacia una mujer es peligroso pero a la vez fascinante. Correr el riesgo tiene sus tropiezos, pero también certezas. La belleza tiene una espada bien filosa, de la cual puede correr sangre o pétalos de rosas.
Aquellos hombres reunidos en la mesa sin aristas, son hombres de almas sensibles. Y desde el momento que se volvieron sensibles, ya no hubo diferencias, no hubo contraste, ni derechas ni izquierdas.
Cada vez que la luna muestra su cara a medias, alrededor de una mesa sin aristas, puede haber una mujer amada o un hombre herido.